Por Jorge Altamira
El Instituto norteamericano de Estadística es menos afortunado que el IndeK: bastó que declarara finalizada la recesión en Estados Unidos, hace un par de semanas, para que un ministro brasileño prefirió calificar de “guerra monetaria”. Esto ocurre cuando la crisis mundial ha ingresado en su cuarto año –desde el martes negro de julio de 2007. La extensión en el tiempo, que se suma a perspectivas aún más agoreras, está expresando un colapso en las relaciones sociales capitalistas, las que no se han podido reajustar ni automática ni políticamente (se han des-ajustado todavía más), a pesar de la maciza intervención de los gobiernos y bancos centrales. Por eso, ella tiene ya también un carácter político catastrófico, como lo muestran las crisis de los gobiernos europeos y el fracaso sin atenuantes de la reunión del FMI de hace diez días. “La metástasis de la crisis capitalista mundial”, el título de un artículo anterior de nuestra autoría (PO Nº 1.106, 29/10/09) describía la inevitabilidad de lo que ahora es el titular de los diarios y agencias de noticias (lo que está ocurriendo por estos días es una metástasis de la crisis que detonó hace más de tres años).
La cola del perro
Los protagonistas del nuevo estallido han sido los de siempre: los fondos financieros. Una vez más, el capital se muerde la cola y es el principal agente de la disolución del capitalismo. En efecto, como ocurrió hace poco con la crisis de Grecia, cuando esos fondos comenzaron a apostar al default de su deuda soberana y a un desmantelamiento parcial de la zona euro, ahora han hecho lo mismo, pero con las monedas. A mediados de julio, los mercados de cambios registraron un incremento brusco de los montos negociados: de 2,6 billones de dólares diarios a más de 4 billones. La intensidad de la especulación quedaba de manifiesto por otro dato: la compra-venta de monedas se hace con una inversión escasa, 2% –el especulador se endeuda por dos, a un interés de casi cero, y compraba divisas por cincuenta, con la expectativa de hacer una diferencia con la volatilidad de las monedas (devaluaciones-revaluaciones). El cambio de monedas que se hace mediante endeudamiento está valuado en un billón de dólares. Cualquier cambio en las condiciones de esta especulación, como alzas en las tasas de intereses o reversión del valor de las monedas, provocaría quiebras del tamaño de las que amenazaron con una depresión mundial a fines de 2008.
Japón
La primera divisa afectada por esta especulación fue el yen de Japón, que se revalorizó a niveles sin precedentes –82 yenes por dólar (antes de la crisis cotizaba en alrededor de 100 yenes por un dólar). El gobierno nipón advirtió entonces que más allá de este nivel saldría a vender yenes en forma masiva, porque esa revalorización penalizaba sus exportaciones. La amenaza se hizo enseguida realidad con una liquidación de 20 mil millones de dólares en un solo día. En el medio, claro, había ocurrido algo ‘siniestro’: el Banco Central de China se había sumado a la apuesta a la suba del yen mediante la compra de títulos públicos japoneses; aunque la suma era módica (6 mil millones de dólares), indicaba que China buscaba devaluar su moneda contra la japonesa para favorecer sus exportaciones a Japón y penalizar las de ésta a China. Japón tiene el dudoso honor de poseer la mayor deuda pública del mundo: 15 billones de dólares, un 300% en relación al PBI. China, por su lado, no admite que su deuda pública pueda ser comprada por los bancos centrales extranjeros, lo cual bloquea un mecanismo de especulación sobre su propia moneda. Lo que ocurría con el yen (que era comprado con la perspectiva de revalorizarlo), empezó a trasladarse al real brasileño, al euro, al franco suizo y a otras monedas, como la australiana, la tailandesa y la surcoreana. Japón, sin embargo, atraviesa por una enorme deflación (caída de precios), lo cual afecta los beneficios de las empresas y aumenta el valor real de las deudas. Una mayor suba del yen implica mayor deflación (baja de precios internos y de importación), pero con el agravante de que ya no hay margen para deflacionar (reducir en términos monetarios) los costos de la producción. La aventura especulativa del yen exponía el colapso de la economía japonesa. Lo mismo vuelve a ocurrir en Europa, pues la revalorización del euro aumenta los costos de producción y acentúa la dificultad de exportar su crisis. Para los países con una deuda privada y pública impagable, esto representa la posibilidad de un nuevo terremoto. Irlanda está virtualmente en quiebra, pues el rescate de uno solo de sus bancos le ha consumido el equivalente al 50% del PBI. Portugal, España y Grecia siguen bajo amenaza de default; la revalorización del euro es un tiro de gracia para la industria italiana y para Berlusconi-Tremonti.
Devaluemos primero
Obviamente, el malo de la película es el dólar norteamericano. El enorme déficit fiscal de Estados Unidos y la aún más enorme emisión monetaria para rescatar activos incobrables de los bancos han consolidado una pertinaz tendencia a la devaluación del dólar. Los especuladores venden dólares para comprar otras monedas. Esto ha provocado la burbuja de los mercados de cambios. Pero hay más: el crecimiento del desempleo, de los desalojos de viviendas, del default de los locales comerciales y la caída de los precios de las propiedades han llevado a la Reserva Federal a insinuar, para noviembre próximo, una emisión de dólares todavía más agresiva. Existe un consenso de que esta emisión sería incapaz de levantar a la economía norteamericana, lo cual desnuda la intención de producir una devaluación masiva que le permita una exportación de su crisis hacia el resto del mundo. De la especulación en los mercados de cambios, pasamos así a la ‘guerra monetaria’ y, en definitiva, a la dislocación del tambaleante sistema monetario internacional. Muchos observadores, claro, no lo ven de esta manera y consideran a la devaluación generalizada del dólar como un recurso extremo para evitar una guerra comercial; porque el reajuste del valor de las monedas que esa devaluación plantea evitaría penalizar el comercio exterior entre las naciones por medio de trabas aduaneras o impositivas. La discusión de este reajuste será el cometido de una reunión del Grupo de los 20 que ha sido convocada para comienzos de noviembre próximo.
El default de Estados Unidos
Pero ese acuerdo es, por ahora, inviable. En primer lugar, porque no se trata de un reajuste simple del dólar contra el resto de las monedas, ya que hay un sinfín de desajustes entre las restantes monedas, en especial en Asia (Corea del Sur, Japón, China, Indonesia, Tailandia), y porque no es lo mismo la posición del euro frente al dólar que la del yen. China ha declarado oficialmente que una revalorización importante de su moneda la hundiría en un caos económico Un reajuste que implique una devaluación considerable del dólar significaría, por sobre todo, un default de la deuda norteamericana en manos de extranjeros -cuatro billones de dólares; 1,8 billones de China. La apreciación constante del oro es una expresión de la tendencia al default de la deuda pública norteamericana. Un retiro de estos capitales de Estados Unidos, para no concluir en default, debería ser compensado por compras de la Reserva Federal, con la consiguiente emisión de moneda -de lo contrario, insistimos, Estados Unidos debería declarase en bancarrota. La amenaza de inflación que desataría esa compensación provocaría, sin embargo, una huida de la deuda pública por parte de los inversores norteamericanos y un aumento súbito de las tasas de interés. Este aumento obligaría a liquidar todas las adquisiciones financieras y monetarias realizadas con endeudamiento y, por lo tanto, a una cadena de quiebras. Esta posibilidad acaba de ser señalada por la calificadora de riesgo Moody's (Financial Times, 12/10), al informar que los bancos y las empresas norteamericanas se han endeudado de nuevo, más allá de sus límites, para comprar, además de monedas de otros países, otras empresas o acciones dentro de Estados Unidos.
Una moneda devaluada y tasas de interés bajas perpetúan este movimiento de endeudarse en dólares para comprar otras monedas; la guerra monetaria continuaría. Si, por el contrario, Estados Unidos aumenta las tasas de interés, además de revalorizar el dólar, provocaría una mayor recesión. Muchos analistas anticipan la posibilidad de que un reflujo de la especulación sobre otras monedas revalorice el dólar y desencadene cuantiosos quebrantos.
Argentina: importadora de dólares inflacionarios
La devaluación del dólar ha desatado un festival de bonos en Argentina, que llena los bolsillos de los fondos muy buitres y menos buitres, y de los buitres nacionales. La entrada de fondos extranjeros se manifiesta en la acumulación de reservas que realiza el Banco Central para que el peso no se revalorice: de este modo acompaña la devaluación del dólar frente a las otras monedas. Pero la solución es engañosa, porque el peso se revaloriza igual frente al dólar por medio de la pérdida de poder adquisitivo interno -la inflación. El Banco Central de los K opera como un vaciadero de basura de los dólares que imprime Estados Unidos, comprando reservas que se desvalorizan. Lo que mantiene al esquema K en pie es que la especulación en Brasil o en Europa es mayor, por lo tanto el real y el euro se revalorizan más que el peso, lo cual deja un margen para exportar (a pesar de lo cual, el balance comercial con Brasil es desfavorable). Argentina, como ocurre con los principales países emergentes, no está alejado de la crisis mundial sino que está en su centro: importa la inflación que provoca la devaluación del dólar y va a ser desestabilizada de cabo a rabo por "la guerra monetaria". Cuando se revierta la dirección de esta especulación, la actual entrada de capitales golondrinas se convertirá en su contrario: un fenómeno de este tipo en Corea del Sur, en 2009, le hizo perder el 60% de sus reservas en un par días; en Argentina produjo una salida de capitales por 40 mil millones de dólares.
¿Qué propondrá nuestra señora Presidenta en la reunión del G20? ¿con quién se alineará? Ocupado en escrachar periodistas, a Boudou todavía no se le cayó una idea de la cabeza. Si pide rigor monetario a Estados Unidos, como lo hace China y lo hará Brasil, perderá las ventajas exportadoras que ofrece la devaluación del dólar. Por eso, seguramente desempolvará las nunca olvidadas "relaciones carnales". La desintegración política del bloque kirchnerista no puede ser disociada del agotamiento del ‘modelo productivo’, el que ha provocado, precisamente, la bancarrota capitalista.
Todo globo que se infla
El estadio actual de la crisis mundial expone la perversidad de todos los planes de rescate, que ofrecieron a los bancos salir de la crisis mediante nuevas oportunidades especulativas y con los mismos métodos que llevaron a la crisis hipotecaria y corporativa que desató la crisis. Esto vale también para China, donde la especulación inmobiliaria casi triplica a la que estalló en Estados Unidos en 2007, si se la mide respecto al PBI (350 vs. 800% del PBI - Darío Epstein en Infobae). Solamente una declaración de bancarrota que elimine la mayor parte los activos incobrables y todo el capital superfluo, o sea una catástrofe económica y social, podrán sentar las premisas de una recuperación capitalista. La crisis mundial no tiene salida, en términos capitalistas, sin una declaración de bancarrota. Un columnista de The Telegraph (11/10), Ambrose Prichard, saluda la posibilidad de un dislocamiento del comercio internacional porque, como en los años '30, permitiría impulsar planes de reactivación en los marcos nacionales. Es otra forma, sin embargo, de plantear que la declaración de bancarrota es inevitable. Martin Wolf, el editor del Financial Times, asegura que Estados Unidos tiene los medios para desarrollar la guerra monetaria hasta sus últimas consecuencias, y que el G20 se someterá a esta extorsión y aceptará el ultimátum lanzado por la Reserva Federal a partir de su decisión de duplicar la emisión de dólares de los últimos años. El asunto es si China acepta el ultimátum, o si negocia con la Unión Europea y con Japón su rechazo, y contrapone exigencias que limiten la capacidad de Estados Unidos para desvalorizar su deuda. La cápsula de la crisis ha llegado al fondo del socavón.
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